lunes, 17 de junio de 2013

100% Argentino

Emiliano Kargieman: Explorador del universo

Fue hacker, inversor tecnológico y acaba de lanzar el primer nanosatélite argentino. La democratización de la carrera espacial y por qué cree que pronto estaremos en Marte. 
Fue hacker, inversor tecnológico y acaba de lanzar el primer nanosatélite argentino. La democratización de la carrera espacial y por qué cree que pronto estaremos en Marte.
Por Nicolás Cassese - @nicassese
Fotos de Vera Rosemberg
Realización escenográfica y utilería por Leandro Frizzera
Producción de Pía Rey


- Nunca saboteamos nada -dice Emiliano cuando le pregunto sobre su pasado hacker. 
- Pero -agrega después de un silencio enigmático- si lo hubiésemos hecho jamás te lo contaría.  
Estamos en un bar de café con leche y medialunas de Palermo, el único que encontramos abierto en esta mañana de miércoles feriado y Emiliano es Emiliano Kargieman, un porteño de 37 años, y nada en su aspecto que lo distinga del resto de los hijos que la clase media ilustrada de esta ciudad dio a luz durante los 70. Estatura mediana, jean, camisa por fuera del pantalón, media sonrisa inteligente y pelo castaño que alguna vez habrá sido ondulado, quizás hasta largo, pero que ahora empieza a ralear. 
Emiliano, sin embargo, es el CEO de Satellogic, una empresa que desarrolla tecnología espacial, y cinco días antes de nuestro encuentro puso en órbita el primer nanosatélite de la historia argentina. Se llama Capitán Beto, fue financiado por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación, en colaboración con el INVAP, una empresa tecnológica de la provincia de Río Negro, pesa menos de dos kilos, y su función es probar los sistemas que, según él, revolucionarán la industria espacial. 
- Nuestro objetivo es democratizar el acceso al espacio -dice Emiliano, pero no agrega nada más. 
Le pregunto cuál es el plan de negocios detrás de su empresa y lo único que dice es que no será vender satélites. Insisto, pero no hay caso. Un par de días después le escribo un correo reiterándole la pregunta. "No puedo contarte muchos detalles del modelo de negocios ya que por el momento lo estamos manteniendo en secreto. Lo que puedo decirte es que estamos construyendo una compañía que va a cambiar el mercado de servicios satelitales con una oferta disruptiva, y que nuestros primeros servicios y productos llegarán hacia fines de 2014", me responde. 
Lo mismo ocurre cuando le pregunto si autoriza a Mat, un amigo suyo, a contarme algunas de sus aventuras de niño hacker. "Uf, estoy casi seguro de que no. Mat -escribe Emiliano, copiando al amigo en cuestión-, ante la duda de si contar o no algo, elegí siempre que no. Y pensá en tus hijos.;)".  
Bienvenidos al mundo secreto de la ética hacker. 
Lo que sí sabemos de Emiliano es que Satellogic, la empresa que creó, está en la vanguardia de la nueva tendencia en investigación satelital. Su idea es que la tecnología se hizo más barata y accesible, pero que ese avance aún no llegó a la industria espacial. A eso, a desarrollar satélites ciudadanos, pequeños y económicos, está dedicando sus esfuerzos. 
La industria espacial, explica, nació al mismo tiempo que la informática, en los años de la posguerra. Sin embargo, las computadoras evolucionaron mucho más rápido que los satélites y los viajes al espacio. La explicación de esto, dice, es que se aplicaron diferentes modelos de desarrollo. Mientras que la informática y las computadoras personales progresaron de la mano de inversores privados, la industria espacial quedó bajo el monopolio de los gobiernos. Caída la Unión Soviética, la NASA es la agencia espacial más relevante, pero sigue atada a esquemas que coartan su crecimiento. 
- En la NASA hay cero incentivos para innovar, y las empresas con las que trabajan son superconservadoras -se queja. 
En una charla que dio en la TEDx Río de la Plata 2011, los encuentros de innovación que son furor en el mundo y llegaron hace algunos años a Buenos Aires, Emiliano demostró su punto con una imagen: la del tablero de control de un transbordador espacial moderno. Aquello que alguna vez fue sinónimo de futuro impacta hoy por lo básico. Hay perillas y pantallas con números en fósforo verde, como en las viejas computadoras. Cualquier teléfono inteligente utiliza hoy tecnología más sofisticada. 




  - Estamos volando tecnología vieja, tecnología construida con una mentalidad aversa al riesgo -explica Emiliano-. Fijate que no hay ningún Google trabajando para la NASA.  
Eso es lo que quiere hacer él, ser el Google que desde la Argentina revolucionará la industria espacial. 
Mat Travizano, el amigo al que Emiliano no autorizó a contar sus andanzas de hacker, se ríe apenas escucha el motivo por el que lo llamo. Es el fundador y CEO de Gran Data, una empresa que se dedica a recolectar los rastros de nuestros gustos y preferencias que dejamos en las redes sociales para luego venderles esa información a las marcas, y está haciendo cola para comerse una hamburguesa en un restaurante de Silicon Valley, la meca de la revolución tecnológica. OK, no va a traicionar a su amigo, pero sí accede a contar algunas aventuras de los tiempos iniciáticos de los hackers argentinos. En ninguna, me aclara sin dejar de reírse, participó Emiliano. 
Todo comenzó en los primeros años de la década del 90, cuando un grupo de adolescentes nerds con acné y un IQ bien arriba del promedio mataban las horas que no podían dedicarles a las mujeres -su tipo social aún no se había validado con los negocios millonarios que vendrían- en un bar mugriento de San José y Avenida de Mayo. 
- Éramos bichos raros, despreciados por el mundo -exagera Mat sobre aquella pandilla iniciática de hackers. 
Su condición de desclasados de la popularidad, sin embargo, no impedía que dentro del propio grupo se ejerciese un estricto sistema de castas. Pero no era el dinero, ni la habilidad deportiva, ni el origen social lo que determinaba quién pertenecía y quién no. Por el contrario, lo que allí funcionaba era una meritocracia basada en el conocimiento. En la punta de la pirámide estaban los que sabían, los que habían salido victoriosos luego de bucear en sistemas ajenos. 
- Era todo muy elitista. Si no demostrabas que habías hackeado algo importante no te hablaban. Ni siquiera te dejaban sentarte en sus mesas -recuerda Mat. 
Emiliano sí integraba la élite de aquel grupo. Hijo de padres psicoanalistas -Alfredo y Ana María-, se crió en Palermo y con sábados entre talleres de periodismo y ciencia. Lucila, su hermana melliza, era inteligente como él, pero más afecta a los libros. Es doctora en Electro Neurofisiología. Emiliano, en cambio, tenía problemas con la autoridad. Sus padres le habían insistido para que hiciese el ingreso al Nacional de Buenos Aires, pero él se resistió. 
- No quería que me rompiesen demasiado las bolas -explica. 

Fue hacker, inversor tecnológico y acaba de lanzar el primer nanosatélite argentino. La democratización de la carrera espacial y por qué cree que pronto estaremos en Marte.
  Prefería estudiar menos y tener tiempo para encerrarse con la Sinclair 2068, la computadora que le regalaron apenas se asomó a la adolescencia. Entró al Cangallo, de cuyo secundario lo echaron por irrumpir en la oficina del rector y empapelarla con papel higiénico. Fue su primer hackeo y terminó quinto año en el Avellaneda. Cursaba por las tardes, se encerraba con la computadora toda la noche y dormía por las mañanas: un régimen ideal. 
Ya por entonces se había hecho un nombre en el ambiente hacker local. Era uno de los miembros de HBO, Hacked by Owls, un colectivo de hackers, y se hacía llamar Logical Backdoor. Comenzó como casi todos, hackeando juegos electrónicos, buscando sus vulnerabilidades, trampas para derrotarlos o para hacer copias piratas. 
- Como no era bueno jugando, los hackeaba -recuerda Emiliano. 
De los juegos pasaron a los teléfonos. Habían conseguido un programa -el Blue Box - que reproducía ciertos tonos que les permitían hacer llamadas internacionales gratis. Otro de los desafíos preferidos de esa primera camada, recuerda Mat, era chupar la información de los celulares y clonar las líneas. Lo hacían con los primeros aparatos que salieron al mercado y en la zona de Plaza de Mayo. De este modo, captaban las conversaciones de políticos y funcionarios que circulaban por la Casa de Gobierno y el Ministerio de Economía. 
- Era como una pequeña SIDE en manos de una banda de pendejos -se ríe Mat. 
Lo que buscaban, asegura, no era lucrar ni extorsionar con esa información. Lo hacían porque podían hacerlo, como una aventura, un desafío. A medida que ganaban experiencia, se iban animando a más, y pasó lo inevitable: llamaron la atención de la justicia. Hubo un par que cayeron presos por defraudar a las telefónicas. Uno, que había descubierto un agujero en los sistemas de las aerolíneas y se dedicaba a viajar gratis por el mundo, y otro, que entró en el sistema de defensa de Estados Unidos, terminaron igual. Las denuncias atrajeron a los periodistas y hasta se publicó un libro - Llaneros solitarios - contando las aventuras de esta pandilla de adolescentes. Es de 1994, y Emiliano -que aparece como Logical Backdoor y tiene 19 años- figura con una aparición estelar: abandona la charla que él y dos de sus amigos de HBO mantienen con los autores del libro porque tiene "otros planes más interesantes que charlar".  
Ese mismo año hubo un congreso de hackers en el Centro Cultural Recoleta, y Emiliano y sus compañeros de HBO manifestaron su desacuerdo con el perfil demasiado público que estaba adquiriendo el movimiento. Lo hicieron hackeando el teléfono público del lugar con un manifesto: 
"Esta conferencia sucks, como todas las conferencias de hackers. Hablar acerca de los hackers es pointless. Los hackers no somos ni queremos ser rockstars, y toda esa publicidad barata se la pueden meter en el culo, no la necesitamos ni nos hace bien. Es lógico que los que no saben quieran saber qué es un hacker. Bueno, vamos a intentar una definición: toda persona curiosa es un hacker potencial. La tecnología nos la venden con etiquetas que dicen para qué usarla: todo eso es mentira. La tecnología es solo una herramienta y hay que saber darla vuelta y usarla del otro lado. Desafiar las leyes en las que uno no cree es la única manera de seguir creyendo en uno mismo y no convertirse en un pedazo de sillón, para que venga alguien y se siente arriba".  
Esa ética libertaria era la que los impulsaba a pasarse horas frente a la computadora. Los sistemas con los que se encontraban -un teléfono público o la web de un banco- eran un desafío, un obstáculo que debían descifrar para ganar puntos en la competencia virtual por el dominio del saber. Lo que buscaban era romper un producto para reencontrarse con la tecnología, liberarla de su función mercantilista. Salir de la posición de consumidores y tomar el poder. La única autoridad que reconocían era aquella basada en el conocimiento, despreciaban cualquier otro sistema de control social. Pero no lo hacían desde una posición crítica hacia el capitalismo o las corporaciones -como años más tarde haría alguien como Julian Assange, de Wikileaks-. No, lo hacían porque podían, para aprender, para dominar. No querían la revolución, ni sabotear el poder. Lo que querían era ser el más inteligente de la pandilla. Y divertirse, claro. 
Además de los BBS, foros virtuales que precedieron a internet donde intercambiaban información, el grupo de hackers que circulaba por Buenos Aires mantenía una escena de bares y fiestas. HBO tenía buena convocatoria y organizó un encuentro en mayo de 1996. Fue en un cibercafé de Belgrano. "Vení con tu novia y tu hermana. Y si tu vieja está buena, traela también", anunciaba el flyer. El programa, sin embargo, no resultaba muy atractivo para las mujeres: la noche arrancó con una charla de Emiliano sobre criptografía y terminó con un concurso de ingesta de tequila y vodka. 

Fue hacker, inversor tecnológico y acaba de lanzar el primer nanosatélite argentino. La democratización de la carrera espacial y por qué cree que pronto estaremos en Marte.
  Con el tiempo, sin embargo, los hackers mutaron en nerds y ganaron validación social. Un nuevo héroe, de anteojos y tez mortecina, comenzaba a disputarles mujeres y popularidad a los deportistas y músicos que hasta entonces dominaban los pasillos de los secundarios y se llevaban los suspiros de las chicas. La venganza de los nerds alteraba los términos de intercambio y establecía una nueva forma de dominio, aquella sostenida en un saber específico y tecnológico. Emiliano era uno de los machos alfa de esta camada emergente y pronto encontró la princesa con quien validar el ascenso social de su clase. 
Sentada en Oui Oui, el bar que podría arrogarse la reciente popularidad del brunch por la zona de Palermo, Pola Oloixarac reniega contra su actual situación. 
- ¿Podés creer que estemos sin internet en casa? -se queja. 
Pola, la mujer de Emiliano, es una morocha argentina, un derroche de sensualidad e inteligencia cultivadas en la carrera de Letras de la UBA y con renombre en el mundillo literario gracias a Las teorías salvajes, su primera y muy celebrada novela. Conoció a Emiliano en el Danzón, un bar de moda de principios de siglo, y hablaron un par de veces, pero por entonces tenía otro novio, que medía como dos metros y tenía cierta fama de matón entre los chicos acomodados de los barrios del norte del conurbano bonaerense. Emiliano igual le llamó la atención. 
- Era muy cool para ser nerd -recuerda. 
Varios años después se lo cruzaría en los pasillos de Puán, la sede de Filosofía y Letras de la UBA. Emiliano ya había largado su carrera de Matemáticas y cursaba la de Filosofía, que tampoco terminaría. Al cabo de unos años se casaron. 
Por esos años, a finales de la década del 90, Emiliano había monetarizado aquel saber hacker empleándose en la industria que más dispuesta estaba a pagarlo: la de la seguridad informática. Si un grupo de adolescentes tenía la capacidad de quebrar los sistemas, ¿quién mejor que ellos para protegerlos? Ese fue el razonamiento de Ricardo Cossio, el jefe de la DGI durante el gobierno de Carlos Menem, quien contrató a Emiliano y sus amigos para que blindasen el organismo contra ataques de gente como ellos. Así fue como, con menos de 20 años, terminaron en el subsuelo de un edificio estatal, rodeados de computadoras y haciendo lo que mejor les salía, sólo que ahora del otro lado del mostrador. 
A los dos años, sin embargo, se aburrieron de ser empleados y se dieron cuenta de que lo que sabían valía mucha plata. Emiliano y tres de sus amigos hackers -Jonatan Altzul, Gerardo Richarte y Ariel Futoransky- renunciaron a la DGI, convocaron a otros dos amigos -Iván Arce y Lucio Torre- y abrieron Core, su propia empresa de seguridad informática. Arrancaron haciendo consultoría, pero pronto entendieron que vender productos resultaba más redituable que vender asesoría y desarrollaron Core Force, un software que emula de manera automática el ataque de hackers a un sistema para detectar sus vulnerabilidades y así corregirlas. Abrieron oficinas comerciales en Boston, mantuvieron el departamento de investigación y desarrollo en Buenos Aires y consiguieron clientes de alto rango: desde la Casa Blanca hasta Amazon. La empresa fue, y sigue siendo, un éxito. 

Fue hacker, inversor tecnológico y acaba de lanzar el primer nanosatélite argentino. La democratización de la carrera espacial y por qué cree que pronto estaremos en Marte.
En 2006, Jonatan y Emiliano arrancaron con un nuevo desafío: Aconcagua, un fondo de inversión en proyectos tecnológicos. La idea era detectar, invertir y hacer crecer compañías de base tecnológica de la región. Popego, de Santiago Siri, fue una de las primeras.  - Emi es mi Gordon Gekko -se ríe Siri, del otro lado del teléfono recién aterrizado de, una vez más, Silicon Valley. 
La comparación, aclara, no apunta a la codicia del personaje de Michael Douglas en Wall Street. Sí, en cambio, a su condición de ambicioso mentor. Siri vendría a ser Bud Fox, el joven al que Gekko aconseja en la película. Cuando conoció a Emiliano, Siri desarrollaba Popego, una herramienta web que unifica los diferentes perfiles que un usuario tiene en las redes sociales. Interesado en el proyecto, Emiliano lo sumó al portfolio de Aconcagua y alentó a Siri para que se postulase a la lista de la TechCrunch50, donde se seleccionan las mejores iniciativas webs del mundo. Una noche, Emiliano leyó que en una oficina de Silicon Valley se estaban realizando reuniones para elegir a los finalistas y llamó a Santiago con una idea: volar al día siguiente y jugarse a obtener el ansiado encuentro. 
- Nos subimos al avión sin que nos hubiesen confirmado el encuentro. Cuando aterrizamos prendimos el celular y recién ahí vimos el mensaje donde nos avisaban que nos iban a recibir. Alquilamos un auto en el aeropuerto, fuimos directo a la reunión y por suerte nos fue bien -recuerda Santiago. 
- Lo central de Emi -continúa- es que sigue pensando como un hacker. Más que el negocio, lo que le interesa es la tecnología. Para él, el negocio es funcional a generar la tecnología.  
Aquel espíritu inquieto de Emiliano pronto se cansó de la rutina de Aconcagua. 
- A mí lo que me gusta es hacer. Escuchar proyectos y dar consejos me empezó a aburrir -explica. 
Así fue como, mirando alrededor para planear su próximo paso, terminó en la Singularity University, un centro de estudios que queda en Silicon Valley y está financiado por la NASA, Google y Nokia, entre otros gigantes de la tecnología, y que ofrece un programa intensivo de diez semanas para mentes brillantes de alrededor del mundo. Había ochenta participantes y la idea era que cada uno desarrollase un proyecto de base tecnológica y con la potencialidad de mejorar la vida de al menos mil millones de personas en los próximos diez años. Emiliano pensó en satélites, fundó Satellogic, se volvió a la Argentina, consiguió seis millones de dólares del Ministerio de Ciencia de la Nación, el apoyo del INVAP y acaba de poner al Capitán Beto en órbita. 
Es, dice, un primer paso, y lo ubica de nuevo en la vanguardia del conocimiento. Si en su adolescencia eran las computadoras, ahora el objeto de sus desvelos es el espacio exterior. 
- Como especie -se entusiasma- tenemos la obligación moral de desarrollar otro espacio para vivir.  
- ¿Por qué? -le pregunto. 
- Porque tenemos que tener un back-up en el caso de que reventemos la Tierra y por razones económicas (hay metales muy valiosos en otros planetas). Pero también por la aventura de hacerlo, de conquistar y, sobre todo, porque se puede, porque tenemos la capacidad tecnológica de hacerlo.  
Esta conquista del espacio ocurrirá pronto -pronostica que en diez o quince años un hombre pisará Marte- y ya no será monopolio de agencias estatales, como la NASA. Empresas privadas, asegura, impulsarán esta nueva carrera espacial. 
- Será una aventura caótica y riesgosa, en la que va a morir gente. Pero como especie tenemos el deber de sobrevivir -asegura. 
En el final de su charla en TEDx, Emiliano proyecta la imagen de un pequeño punto luminoso hundido en la oscuridad del universo. Es una foto de la Tierra sacada por la sonda espacial Voyager a pedido de Carl Sagan. Así, dice, verán el planeta nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos, cuando miren para atrás al lugar del que salieron sus padres. Ellos, asegura, dormirán en las estrellas.
Diario Lanacion - Argentina

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