Revueltas 2.0: ¡Ahora vienen por los smartphones!
El levantamiento ciudadano ocurrido en Londres a principios de agosto pone un signo de pregunta acerca del papel de los nuevos medios sociales, la libertad de expresión y el Estado.
Por Natalia Zuazo
@nataliazzz
El tipo se llama David Cameron, es primer ministro, linaje directo del rey Guillermo IV,alumnito de Eton y Oxford, chico bien de los conservadores y el mundo de las finanzas. El 6 de agosto, en pleno verano de su parte del mundo, un policía mata a un hombre en un barrio de Londres. Los vecinos de otros suburbios se le levantan en pueblada y el tipo, que descansaba bajo el sol de Toscana, tiene que volver a su oficina a poner orden. Y acusa: que es falta de educación, que quieren imponer el miedo, que lo que hace falta es mano dura, y se suma a la policía para advertir (eso sí, a través de una cuenta de Twitter ): "Si usaste las redes para incitar al desorden, muy pronto llamaremos a tu puerta". El culpable, entonces, ya no sos sólo vos -el que reclama-, sino vos y tu aparato.
En el caso Cameron, la furia puede ser porque: a) unas muertes le cortaron las vacaciones, b) se tiene que poner furioso con cualquier pueblada que altere el orden de sus ancestros, c) aun con sus prolijos estudios, todavía no entiende nada sobre el poder. Porque, en la era en que la mayoría de los políticos aman (o tienen que amar) las redes sociales y la hiperconexión de los ciudadanos como una de las pocas formas que les queda para llegar con sus mensajes a las cabezas de las gente, Cameron decidió enfrentar a los sublevados no sólo con la policía, sino con la amenaza de meterse con lo más íntimo de sus comunicaciones: sus teléfonos, en especial, sus Blackberrys, y en ellos, la aplicación del chat, que todavía permanecía intacta. Y, así, se puso en contra del medio, que en este caso llevaba el mensaje de la revuelta, pero que mañana le podría haber servido a él.
Lo leímos durante los días de las London riots: A través de las redes sociales como Twitter y Facebook, los jóvenes líderes de las protestas, que se originaron con la muerte de Mark Duggan y se extendieron en otros cinco barrios, filtraban sus pins de Blackberry para que otros usuarios del smartphone los agregaran a sus teléfonos, y así organizarse. "2C9A2(...) #southeast london #blackberry #BBM. #Add", podía decir uno de los mensajes. Agregando ese primer número a la lista de contactos, uno ya quedaba incluido en la lista para recibir información para ir a otros puntos de la protesta, y al mismo tiempo lejos de la mirada de las autoridades, que sí pueden rastrear mensajes en los muros de Facebook o hashtags en Twitter, pero que hasta ese momento no consideraban meterse dentro de los teléfonos de la gente. Duggan mismo, lo último que hizo antes de morir, fue escribir en su Blackberry: "Los agentes me están siguiendo". Y varios de los cabecillas que luego salieron en rebelión por su muerte se dieron cuenta de que, entre los contactos, tenían que agregar a los periodistas de los diarios más reconocidos como una manera de mantenerlos informados y así protegerse.
Pasadas las revueltas, que dejaron casi tres mil detenidos y una oleada conservadora que propone imponer toques de queda en algunos barrios de Londres y para menores de 16 años, la policía reclama acción contra su propia pesadilla: ir contra la mismísima compañía canadiense Research In Motion (RIM), la propietaria de los famosos Blackberrys, hoy considerados "los celulares preferidos de los criminales" por las policías del mundo. La empresa ya se comprometió a "ayudar a las autoridades como sea", a través de un tweet corporativo, que podría significar la apertura de las comunicaciones privadas a través de las leyes de cada país. El riesgo -ya lo demostró Cameron- es, otra vez, perder el poder. Pero no el poder de la fuerza, sino el que se construye en la mente de los ciudadanos, que también son consumidores y que, llevados a elegir por el próximo celular, seguramente elegirán alguno que no los quiera convencer de que no es bueno salir a la calle.
OTROS BLOQUEOS 2.0
Libia
A principios de 2011, influenciada por los levantamientos de Túnez y Egipto, Libia vivió su revuelta contra el excéntrico Gadafi. Copiando el ejemplo del régimen libio, decidió interrumpir el tráfico de varios sitios que permitían la posible organización de las protestas, entre ellos Facebook y YouTube. La novedad fue que luego de limitar sitio por sitio, el 3 de marzo, el corte fue total: desde las 11 de la noche hasta las 6 de la mañana, los 6 millones y medio de libios no pudieron enviar ni recibir un solo bit.
Egipto
En enero de 2011, una rebelión se alzó en el país pidiendo la renuncia de Mubarak,presidente por 30 años, con el agua al cuello por una crisis económica y denuncias de corrupción. Mubarak canceló el acceso a internet a 16 millones de los 83 millones de ciudadanos y pidió a las compañías de celulares el bloqueo de las llamadas en algunas zonas conflictivas. El bloqueo masivo consagró una estrella: Wael Ghonim, ejecutivo de Google, desde su Twitter, encendió la queja y se puso al frente de la resistencia a la censura.
Libia
A principios de 2011, influenciada por los levantamientos de Túnez y Egipto, Libia vivió su revuelta contra el excéntrico Gadafi. Copiando el ejemplo del régimen libio, decidió interrumpir el tráfico de varios sitios que permitían la posible organización de las protestas, entre ellos Facebook y YouTube. La novedad fue que luego de limitar sitio por sitio, el 3 de marzo, el corte fue total: desde las 11 de la noche hasta las 6 de la mañana, los 6 millones y medio de libios no pudieron enviar ni recibir un solo bit.
Egipto
En enero de 2011, una rebelión se alzó en el país pidiendo la renuncia de Mubarak,presidente por 30 años, con el agua al cuello por una crisis económica y denuncias de corrupción. Mubarak canceló el acceso a internet a 16 millones de los 83 millones de ciudadanos y pidió a las compañías de celulares el bloqueo de las llamadas en algunas zonas conflictivas. El bloqueo masivo consagró una estrella: Wael Ghonim, ejecutivo de Google, desde su Twitter, encendió la queja y se puso al frente de la resistencia a la censura.
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